miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sin Título

Hay algo que me fascina del tejido animal en estado de putrefacción. Más allá de cualquier paroxismo científico, lo más parecido que puedo encontrar, en este momento, a un grito lleno de desesperanza es el olor que desprende. Es decir, está claro que el tejido lleva muerto durante, al menos, unas horas pero aún así despide un hedor molesto, y hay pocas cosas más molestas que éste. Claro está, cumple perfectamente su objetivo y cualquiera puede notar que algo se está pudriendo. Hay que hacer algo al respecto.

Lo que aún no me ha quedado en claro es si este hedor es una manifestación de vida o el último grito de la dignidad de cualquier ser muerto pues no debe estar muy bien visto el podrirse por ahí al alcance de las narices del resto. Pero no es aquí donde yace mi fascinación, no por el momento… ¿Debería? Mi fascinación yace en que este olor, cual lágrimas que parecen emanar de las heridas, jamás logra hacer algo por recuperar la vida de el tejido y tampoco lo posiciona en una muy digna posición luego. Es, en conclusión, un sueño amargo, un quejido desesperanzado.

A veces, es así como me siento.

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